LA VICTORIA DE CURUPAYTY
Día radiante, el primero de la primavera, amaneció el 22 de setiembre de 1866. Veinte mil soldados de la Triple Alianza estaban listos para asaltar las fortificaciones de Curupayty desde Curuzú con la intención de marchar luego hasta Humaitá, mientras por el sector de tierra otras unidades debían atacar la línea paraguaya frente a Tuyutí; cinco mil paraguayos esperaban detrás de las trincheras abandonando, finalmente, la política de la ofensiva. Tanto aliados como paraguayos estaban seguros del éxito.
La escuadra imperial tenía por misión cumplir la promesa de Tamandaré de desmontar todo el sistema defensivo paraguayo de la barranca en dos horas y así, a las 7 de la mañana se inició el bombardeo por parte de los acorazados Bahía, Brasil, Barroso, Lima Barros y Tamandaré junto con las cañoneras Iguatemí, Ipiranga, Ivaí, Araguai, Araguari; las corvetas Magé y Beberibe; los navíos Pedro Afonso, Forte de Coimbra, Belmonte y Parnaíba.
El fuego de la escuadra fue contestado por las baterías costeras comandadas por el sargento mayor Albertano Zayas, el capitán Pedro Hermosa y los tenientes Ortíz, Gill y Saguier. A excepción del Bahía y el Lima Barros, los acorazados se mantuvieron alejados de las fortificaciones por lo que el efecto sobre las defensas paraguayas fue mínimo.
Considerando que las posiciones paraguayas eran más elevadas, la artillería imperial se veía obligada a bombardear por “elevación”. Aún así, el bombardeo se extendió hasta cerca del mediodía, cuando los acorazados Brasil, Barroso y Tamandaré avanzaron arriba de Curupayty para hacer fuego sobre la batería paraguaya de cuatro piezas de a 68 que ocasionaba el mayor daño a la escuadra.
A pesar de haber sido desmontadas dos piezas por una explosión en que perecieron el teniente coronel Miskowsky y el mayor Zayas, la artillería paraguaya produjo algunos destrozos en los buques Brasil y Tamandaré. Finalmente dejaron de tronar los cañones alrededor de las 12:30 y un clarín anunciaba la hora del ataque. Aún cuando la escuadra no había alcanzado el objetivo de destruir las trincheras paraguayas bajo el fuego de las 5.000 bombas que fueron lanzadas en las cinco horas de bombardeo, Tamandaré dio la señal “misión cumplida” y el general Mitre ordenó seguir adelante con el plan de operaciones iniciándose el ataque terrestre.
Las columnas aliadas avanzaban resolutamente bajo el intenso fuego de la artillería paraguaya, a través de la estrecha lengua de tierra, decididos a ganar las trincheras a cualquier costo, pero eran repelidas una y otra vez, para volver. Muchos batallones imperiales y argentinos literalmente quedaron inmóviles bajo el fuego paraguayo, pues las tropas de la vanguardia no avanzaban. Curupayty vomitaba hierro y plomo, de extremo a extremo, y aunque algunos mutilados batallones lograban alcanzar el borde de las trincheras, eran aniquilados.
La posición era inexpugnable y algunas unidades iniciaban su retroceso terriblemente destrozadas. La victoria paraguaya en Curupayty se debió principalmente al fortísimo dispositivo de defensa y al fuego de su artillería. En un momento de la tarde la matanza se hizo generalizada interviniendo la fusilería de los infantes paraguayos haciendo prácticamente un tiro al blanco. La caballería paraguaya también intervino en la batalla, el capitán Bernardino Caballero, con su Regimiento 8, fue a ocupar el ángulo de la extrema derecha, reemplazando al mayor Albertano Zayas, que había muerto.
Los jinetes se convirtieron en artilleros. Por su parte el capitán Gregorio Escobar, desmontó al Regimiento 6 y ocuparon sus soldados puestos al lado de los infantes en las trincheras.
En el otro frente, conforme al plan aliado, las fuerzas de Polidoro y Flores avanzaron en Tuyutí realizando un recio bombardeo lanzando más de mil proyectiles y dos columnas imperiales fueron repelidas por la artillería paraguaya. En un momento, el fuego se había extendido por gran parte del Cuadrilátero desde el río Paraguay hasta Yataity Corá.
El combate duró hasta las 4 de la tarde cuando Mitre se convenció del completo fracaso del plan dando la orden de retirada, pero mucho antes, algunas tropas aliadas ya habían comenzado a retroceder. Según los partes aliados, el repliegue “se procedió con orden”, pero la verdad es que el pánico se había apoderado de los deshechos atacantes cuando se creyó que los paraguayos salían de las trincheras para perseguirlos, según los informes paraguayos.
En efecto, Díaz pidió autorización para salir en persecución de las tropas aliadas en franca retirada, pero el mariscal se lo prohibió terminantemente, pues la persecución tendría que hacerse por el mismo camino recorrido por los aliados, paralelo al río, bajo el fuego directo de toda la escuadra imperial. La decisión de no perseguir a los atacantes fue acertada por el mariscal, siguiendo el refrán atribuido a Córdoba que dice “a enemigo que huye, puente de plata”.
Enormes fueron las bajas sufridas por los aliados. Como en casi todas las batallas, no existe consenso en las fuentes en cuanto al número, en este caso, de los aliados, que oscilan entre las mencionadas por Centurión hasta la improbable cifra de 8.000. Los argentinos reportaron 2.082 bajas, entre muertos y heridos, de los cuales 16 jefes y 147 oficiales entre ellos, los coroneles argentinos Roseti y Charlone, los comandantes Fraga y Alejandro Díaz, el sargento mayor Lucio Salvadores, y entre los oficiales, el teniente Dominguito Sarmiento, hijo de Domingo Faustino Sarmiento.
Las fuerzas imperiales registraron 1.961 bajas, entre los cuales, 201 jefes y oficiales, perdiendo la vida seis comandantes de batallón: Souza Barreto, Antunes de Abreu, Fabricio Mattos, Hypólito da Fonseca, Souza e Melo y Castillo dos Reis.
Las bajas paraguayas no alcanzaron a 100. Entre los jefes paraguayos murieron el teniente coronel Miskowsky y el mayor Zayas, y entre los oficiales, el teniente Jaime Lezcano, ayudante del mariscal López.
FUENTE: Extracto de «Cañones y Acorazados: la campaña de Humaitá (1866-1868) en la Guerra de la Triple Alianza» de Eduardo Nakayama (en edición)
IMAGEN: El general José Eduvigis Díaz, héroe paraguayo de Curupayty. Esta fotografía fue tomada en su lecho de muerte, poco tiempo antes de su fallecimiento, ataviado con su uniforme de general y sus condecoraciones por orden del mariscal López, quien quería conservar un retrato de su más destacado general. Atribuida erróneamente al general Bruguez debido al notable parecido que tuvieron ambos jefes cuando Díaz se hubo dejado la barba más tupida, reemplazando la barba circular con chivo que lo caracterizaba. Un grabado aparecido en La Ilustración Paraguaya de 1888 y una postal obrante en la Biblioteca Nacional del Uruguay confirman la tesis / Biblioteca Nacional (Paraguay)