A comienzos de los años sesenta Paraguay era un pequeño país sudamericano que trataba de superar su inestabilidad política con el autoritario gobierno de una dictadura militar. Más de la mitad de la población vivía en el campo y su fuerza de trabajo constituía el sesenta por ciento del PIB. La ciudad, controlada por pequeños empresarios, no se desprendía completamente de su estilo decimónonico reflejada aún en las calles. El incipiente tráfico y los cines, intentaban de dar un barniz de modernidad a un país donde la aparente tranquilidad cotidiana era en realidad el reflejo de una sociedad oprimida, bajo una maquinaria de espionaje y represión que comenzaba a funcionar.
Sindicatos obreros, movimientos estudiantiles y grupos opositores al gobierno eran víctimas de la represión en las calles y la persecución en sus vidas cotidianas. En marzo de 1959, la oposición del Partido Colorado pusó en jaque el gobierno de Stroessner. La disidencia repudió la brutalidad en las calles, solicitó el fin del Estado de Sitio, la libertad de prensa y la redacción de una nueva Constitución Nacional. El pedido llego a Stroessnner y el Estado de Sitio fue levantado. Sin embargo, una manifestación de estudiantes contra la suba del pasaje fue reprimida violentamente por la Policía. En el Congreso los diputados condenaron las acciones stronistas y la respuesta no se hizo esperar. El dictador mandó disolver el Congreso y ordenó el arresto de trescientas personas que fueron enviadas al exilio. Mientras tanto, las tropas de caballería ocupaban Asunción y Stroessner se hacía con el control total de su partido.
Para el stronismo, la represión tenía una razón: la amenaza comunista. El gobierno de Stroessner se aferró a esta lucha con interés y convicción. Fue una pequeña y eficiente sucursal yanki que perseguía a personas con ideales de izquierda y que refugiaba personajes de dudosos antecedentes. Mientras Stroessner expulsaba a sus compatriotas, recibía a nazis, fascistas, terroristas y genocidas de países europeos y de la región. Mucho de estos refugiados lavaban su imagen bajo el título de “combatientes por la libertad” y encontraban en el país la estabilidad política que estaban buscando.
Esta migración de delicuentes era complementaba la ayuda ecónomica que el gobierno paraguayo recibía de los Estados Unidos. Durante los primeros siete años del stronismo, Paraguay recibía un poco más de seis millones de dólares al año en apoyo a la lucha anticomunista. El gobierno de Stroessner era el tercer aliado más importante en la región para los Estados Unidos, quienes evitaban de cualquier forma otra Revolución Cubana.
A diferencia de otras dictaduras latinoamericanas, en donde la represión se apoyaba en grupos paramilitares o grupos tácticos que actuaban en paralelo con el Estado, en Paraguay era el propio gobierno gobierno a través de sus leyes, en sus dependencias y con sus propios funcionarios, el que violentaba los DDHH de sus habitantes. Según el informe final de la Comisión de Verdad y Justicia, el periódo 1959-1960 fue uno de los más violentos del terror stronista. En esos años se constataron torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales.
A comienzo de los sesentas Paraguay era un país hóstil para sus habitantes, quienes vivían en una atmósfera de tensión constante en donde las noches de cine eran uno de los pocos refugios que existían ante esa realidad apática y opresiva. Claro, hasta ese día en que el croata Batric Kontic irrumpió en el Splendid y mató de dos tiros al polaco Prokopchuk.
El croata
Batric Kontic era conocido como un tipo pragmático, eficiente e infalible. Sin embargo, aquella noche en el Splendid actuó como un amateur. Claro, había cumplido con su trabajo. El polaco estaba muerto. Pero de los dos oficiales del Departamento de Investigaciones que lo acompañaban, uno termino como Prokopchuk y otro herido. Además, tres civiles habían resultado con lesiones en medio de la balacera. Kontic eligió mal el día y la hora. Pero esa noche el croata ni siquiera pensaba en sus propias virtudes, solo quería escapar. Afuera del Splendid lo esperaba en una camioneta un amigo suyo: Juan Erasmo Candia, el jefe del Departamento de Investigaciones de la Policía Nacional.
El Departamento de Investigaciones era una de las dependecias más displicintes, corruptas y violentas del stronismo. Su Jefe, el Inspector Juan Erasmo Candia, era perfecto para el cargo. Prepotente, poco instruido y con la ambición de sacar el máximo provecho a esa dependencia. Desde esa oficina, Erasmo Candia se encargaría de traficar influencia, llenar las celdas con presos políticos y apañar violaciones contra los DDHH. Los subalternos de Candia se codeaban por el cariño del Jefe. Los adulones se encargaban de informar a Candia sobre todo lo que sucedía en su dependencia. Además, recaudaban religiosamente los extras que Candia recibía cada mes en concepto de coima u otros trabajos ilícitos.
Sin embargo, había un pequeño problema. Las oportunidades que ofrecía el Departamento de Investigaciones eran tan grandes, inclusive para policías carente de escrúpulos como Erasmo Candia. La única solución para abarcar todas las posibilidades que ofrecia el departamento era organizar un equipo eficiente con las mismas ambiciones, con los mismos sueños y el mismo ímpetu por las oportunidades que ofrecía el Stronismo. Pero Candia sabía que todo eso no iba a ser posible únicamente con los policías a su servicio y buscó ayuda en un extranjero que huía del Brasil y necesitaba un lugar en rufigiarse de la ley. Aquél forajido no pensó dos veces y se puso a las órdenes Erasmo Candia
Batric Kontic era un ciudadano croata que llegó Paraguay entre los años 1957 y 1958. Nadie sabía cual era su función ni para que había venido. Lo único que se sabía era que el tipo metía miedo. De facciones duras, siempre con bigote y con un porte de gángster, el croata tenía carta blanca para hacer lo que quería. Como poseer un auto robado del Brasil, estacionarlo todos los días en la esquina más concurrida de la ciudad y derrochar dinero en los cafés de los alrededores. Para aquellos que no compartían su estilo de vida, Kontic tenía un documento falso de la INTERPOL, el respaldo del jefe de Investigaciones, un arma en la cintura y un oscuro antecedente por si aún quedaba dudas.
En Croacia Kontic fue miembro de la Ustacha. Una de las organizaciones territoristas más violentas durante la Segunda Guerra Mundial. Fundada a finales de los años 20s, estaba basada en el racismo religioso, el nacionalismo croata y el uso de métodos terroristas. Su líder, Ante Pavelic, impulsó a su organización gracias al fascismo italiano y se alió a la alemania nazi durante la SGM. Luego de la cotienda, muchos de sus miembros huyeron de Europa, escapando del gobierno socialista de Josip Broz Tito. Encontraron refugio en la Argentina de Juan Domingo Perón y luego en el Paraguay de Stroessner, como el caso de su propio líder Ante Pavelic, que a finales de los 50s se movía libremente entre estos dos países.
Para personajes como Batric Kontic, Paraguay era un paraíso. En sus ratos libres el croata recorría los cafés del centro de Asunción y entre tragos se pavoneaba de haber matado a judíos cuando era un Ustacha bajo las órdenes de Pavelic. Para una dependencia como el Departamento de Investigaciones, Kontic era un experimentado. Un tipo de sangre fría al que no le temblaba el pulso, que había sobrevivido a una guerra y no sentía remordimientos mientras lucía un traje a medida y se vanagloriaba de su condición de colaborador. En el gobierno totalitario de Stroessner, el croata extorsionaba, torturaba y mataba a cambio de dinero, de mantener sus privilegios, de sobrevivir. En Paraguay, Batric Kontic estaba en su hábitat natural.
El Judio
Rudolf Wolf era un ciudadano judío que vivía una relativa paz en Paraguay cuando fue llamado por el gobierno Alemán. Wolf había sido una victima de la persecución nazi y debía viajar hasta su viejo país para cobrar una indemnización por la desaparición de su familia y la pérdida de sus bienes, una suma que rondaba los treinta mil dólares y le permitiría llevar una vida holgada en Paraguay. Sin embargo, la peor amenaza que tenía Wolf era el propio gobierno paraguayo que sabía de sus movimientos.
Apenas volvió al país, el judío decidió ir hasta la frontera con el Brasil. Quizás con la idea de dejar Paraguay y buscar nuevas oportunidas. Fue hasta la terminal de Asunción, compró unos pasajes y subió a un bus. El único que sabía de las intenciones de Wolf era otro pasajero del bus que se encontraba solo a unos asientos de distancia.
El bus paró en San Jose de los Arroyos, una ciudad ubicada a más de 100 km de Asunción. Era la hora de la merienda y muchos pasajeros se bajaron para comprar algo o ir al baño, entre ellos Wolf. En un momento de descuido, cuando el judío se quedó solo en aquél parador, el hombre que lo seguía de cerca se le acercó, le preguntó su nombre y lo mató de dos tiros en la cabeza. A sangre fría se hizo con sus pertenencias y fue avisar al conductor del bus que uno de los pasajeros se había quitado la vida. Aquél hombre era Batric Kontic, que luego de fugarse, volvió tranquilamente a Asunción.
El caso de Rudolf Wolf era muy complejo para que el gobierno lo ignore. Se trataba de ciudadano alemán, un inmigrante y un sobreviviente del holocausto que acababa de recibir una suma considerable de dinero por parte del gobierno alemán. El caso de Rudolf Wolf no se trataba de una cuestión moral para el gobierno, simplemente Batric Kontic debería haber dejado pasar esa oportunidad y buscar una menos visible, una menos complicada, que lo beneficie a él y al gobierno paraguayo. Pero Kontic llegó muy lejos y se expusó demasiado. El caso de Rudolf Wolf no iba a quedar impune.
El asesinato del judío, que tenía al croata como principal sospecho, fue derivado a un garage que funcionaba como oficina del Departamento de Asuntos Extranjeros sobre la calle Chile, en donde su jefe era un conocido vendedor de bollos de la zona.
El Polaco
Pedro Prokopchuk era un vendedor de bollos que recorría el centro de Asunción encima de un triciclo. Todas las mañanas esperaba a los alumnos de los institutos Fulgencio Yegros y San Carlos sobre la calle Iturbe, a los que vendía su producto. El polaco parecía tener nada especial. Usaba unas gafas con marcos redondos, se vestía de forma sencilla y por limitaciones idiomáticas era un tipo de poco hablar. Lo único que se lo escuchaba decir era “Paannn rico, ricoo paannn” sin pronunciar la doble erre para desaparecer luego de una buena venta. Nadie sabía de donde venía. Los chicos, que hacían volar su imaginación, pensaban que era un espía anticomunista, uno de los tantos pyraguës. Pero no, aquello no podía ser. El polaco parecía un buen tipo, un simple extanjero vendiendo deliciosos bollos en un país que le era ajeno.
Sin embargo, el polaco tenía otro trabajo a parte de vender bollos. Formaba parte de la Dirección de Asuntos Técnicos, un lugar conocido como «La Técnica». Una dependecia del Ministerio del Interior que se encontraba sobre la calle Chile entre Rca de Colombia y Tte Fariña. La dependencia funcionaba como un lugar de detención y tortura para cualquier persona que era acusada de ser un agente subversivo del comunismo. Allí, Prokopchuk tenía un garage que había transformado en una discreta oficina con algunos hombres a su disposición y un sueldo de cuatro mil guaraníes que cobraba cada fin de mes con un plus que consistía en raciones de carnes y víveres.
La Técnica fue creada por el ministerio del Interior a mediados de los años cincuenta, y junto al Departamento de Investigaciones de la Policía, constituyeron los órganos más importantes del aparato represivo stronista. El elegido para manejar este lugar fue Antonio Campos Alum, un discreto personaje de casi cuarenta años que había nacido en Paraguarí y se convertiría en uno de los hombres más oscuros del stronismo. Alum, con ayuda de los Estados Unidos,transformó una vieja casa sobre la calle Chile en uno de los más brutales centros de tortura de la región. La discreción de Alum era tal, que luego de la caída de Stroessner siguió administrando esa dependencia hasta el año 1992 año en que fue clausurado.
Uno de los jefes de «La Técnica» era el vendedor de bollos. En ese lugar Pedro Prokopchuk tenía a su cargo el Departamento de Asuntos Extranjeros. Su tarea era la de recabar y administrar todos los movimientos foráneos en el país. Para el polaco, aquél trabajo no era tan complicado. Con sus 56 años era un tipo con experiencia, responsable, eficiente y ordenado. Vivía a unas cuadras de su oficina con su esposa Anastacia y en sus ratos libres se dedicaba a arreglar pianos. Una serenidad particular que se confundía con un ferviente sentimiento anticomunista. A sus 56 años el polaco sabía más sobre ellos que de bollos y pianos.
Por aquellos días Prokopchuk estaba preocupado. En una nota enviada al presidente Stroessner en marzo de 1961 estimaba que en Paraguay existían unos cuatrocientos agentes comunistas haciendo de espías y que era urgente hacer algo al respecto. Su olfato represor estaba bien entrenado. Con tan solo diecinueve años comenzó a formar parte del servicio secreto polaco. A partir de ahí comenzo una larga carrera en la milicia, siendo transferido a varias ciudades hasta llegar a Poznan a comienzo de la segunda guerra mundial, en donde ingreso a la Waffen SS con rango de capitán en donde fue primero el secretario y luego el director del Centro de Confianza de los Emigrantes Rusos hasta el fin de la contienda. A pesar de su condición, no le encontraron pruebas contudentes para condenarlo y escapó a Sudamérica con un pasaporte de las Naciones Unidas bajo el brazo. Cuando llegó a Paraguay nadie sabía que era un oficial de la SS o hicieron caso omiso a ese detalle. En su papelito solo decía que era un refugiado político. Un inmigrante más.
Cuando mataron al judio Rudolf Wolf en un parador de San José de los Arroyos, el caso cayó en manos del Prokopchuk. El polaco venía siguiendo de cerca las actividades de Kontic, que era el principal sospechoso de haber matado al ciudadano alemán. Prokopchuk se remitía a las pruebas. El cadáver de Wolf, que se había suicidado, contaba con dos disparos de bala en la cabeza, la pistola que Kontic declaró como el arma suicida no se había utilizado y Prokopchuk además contaba con una gruesa carpeta con toda la investigación del supuesto suicidio. Ignorar la implicancia en el hecho era imposible y Prokopchuk debía agarrarlo.
Sin embargo, el principal sospecho del asesinato se le adelantó. Kontic no iba a esperar una citación o un arresto de Prokopchuk. Sabía que no tenía escapatoría, que sus días de calma en Paraguay estaban amenazados, que el polaco estaba tras sus pasos y lo quería en la cárcel. Prokopchuk, estaba tranquilo y confiado. Había sobrevivido a la guerra más brutal que había parido la humanidad, ¿qué probabildades había de que lo maten mientras veía una aburrida película en el cine de un aburrido país sudamericano?. Sin embargo aquella noche de septiembre Kontic no se hizo muchas preguntas y disparó dos veces.
Al croata lo detuvieron esa misma noche en el hospital Rigoberto Caballero de la Policia Nacional. Su amigo, Erasmo Candia le había ayudado a escaparse y lo había socorrido hasta allí para que trate sus heridas. Sin embargo, al jefe de Investigaciones también lo detuvieron y luego de un rato le comunicaron que dejaba su cargo. La misma estructura represiva que los sostenía los deglutió a los dos sin contemplaciones esa misma noche. Kontic terminó en una celda en Tacumbu, en donde tenía un trato especial que no le impedía continuar con sus mismas actividades. El último hecho mediático del croata, fue un caso que ocurrió a mediados de los sesentas y que involucró al empresario Nicolás Bo. Kontic había extorsionado al empresario por un televisor Philips de 23 pulgadas. Luego de ese suceso nadie supo que pasó del ex ustacha. Hasta la fecha no se encontraron datos de como terminó sus días en Paraguay.
En cambio Prokopchuk dejó una incognita entre los documentos de su oficina. Un informe de inteligencia del gobierno alemán que le advertía que el exsecretario privado de Hitler, Martin Bormann, se encontraba en Paraguay. El mito de Bormann se acentuó cuando varias personas afirmaron que al nazi lo enterraron en un cementerio de Itá en el año 1972. Sin embargo, la verdad llegó recién a la luz en los noventas cuando a través de un estudio de ADN se constató que el cuerpo de Bormann fue encontrado en un sotáno en la ciudad de Berlín.
Luego de medio siglo de aquél asesinato, nadie supo la razón del por qué el croata decidió matar aquella noche al polaco. A excepción de los antecedentes conocidos de cada uno, quizás nunca lo sabremos. Una incognita que seguirá flotando en el aire y que reflejó la estructura de una maquinaria represiva que comenzaba a aceitarse en un país que lentamente se volvía hóstil para sus habitantes. Kontic y Prokopchuk representaban un pasado que agonizaba, pero que al mismo tiempo cimentaba un período de terror. La muerte de uno y el olvido del otro no cambió nada. Eran simples peones en un juego más complejo que continuaba. En Paraguay, los días de terror apenas comenzaban.
Fuentes principales:
El crimen del Cine Splendid: Stroessner, los nazis y el Paraguay de la década del 60 – Juan Marcos González García.
Historia del Paraguay (AAVV) – Coordinación de Ignacio Telesca
Historia de las Relaciones Internacionales del Paraguay – Ricardo Scavonne Yegros, Liliana Brezzo
Estado y Economía en Paraguay 1870 – 2010 (AAVV) – Edición y Compilación de Fernando Masi y Dionisio Borda.
Informe final de la Comisión de Verdad y Justicia – 2008
Fuente: https://www.lamanija.com/cine-splendid/