La dimisión como ministro del antiguo juez Moro supone un golpe a la línea de flotación del Gobierno Bolsonaro. Ambos intercambian reproches, acusaciones y se presentan como el más íntegro
Ahora que la pandemia del coronavirus ha obligado a suspender la filmación de las telenovelas brasileñas, la cadena Globo ha tenido que reponer algunas de las más vistas en temporadas anteriores. Pero desde el viernes el divorcio político que conmociona Brasil amenaza con competir con los mejores culebrones en cuanto a audiencia. El día de la inesperada noticia bomba terminó con la revelación en el telediario de máxima audiencia de varios mensajes privados entre los dos protagonistas. “Una cosa es admirar a una persona, otra cosa es convivir con ella”, afirmó el presidente Jair Bolsonaro, 64 años, sobre el antiguo juez Sergio Moro, 47 años, en su primera comparecencia después de que su ministro estrella le dejara plantado y saliera de su Gobierno con un portazo tras acusarle de injerencias políticas.
Como muchos divorcios, este también incluye una batalla por el relato. Moro reprocha a Bolsonaro que incumpliera su promesa de darle carta blanca para combatir la corrupción y el crimen organizado; el presidente retrata al aliado súbitamente convertido en adversario como un ególatra oportunista con amagos de insubordinación al que tiene que implorar que le informe y como alguien dispuesto a ceder en sus principios a cambio de una plaza en el Tribunal Supremo, cosa que Moro niega. Ambos luchan por presentarse como campeones de la integridad.
A permanência do Diretor Geral da PF, Maurício Valeixo, nunca foi utilizada como moeda de troca para minha nomeação para o STF. Aliás, se fosse esse o meu objetivo, teria concordado ontem com a substituição do Diretor Geral da PF.
— Sergio Moro (@SF_Moro) April 24, 2020
Los Whatsapp que Moro entregó al informativo de Globo muestran a Bolsonaro diciendo que la noticia de que la policía investiga a 10 ó 12 diputados bolsonaristas por difundir noticias falsas “es un motivo más para el relevo en la [dirección de la] Policía Federal”. Para el magistrado que dirigió las investigaciones de la Operación Lava Jato contra la corrupción enraizada en política y negocios, el cese sin motivo objetivo de Mauricio Valeixo, el jefe policial al que nombró y que le acompaña desde aquellas pesquisas, era inadmisible.
La destitución se consumó de madrugada vía el Diario Oficial de la Unión. Moro convocó una rueda de prensa y, tras exponer sus motivos durante 40 minutos mientras la Bolsa se desplomaba un 9%, anunció que descansará un poco antes de buscarse un empleo. Solemne, añadió: “Estaré siempre a disposición del país”. Queda por ver cuántos seguidores de Bolsonaro se lleva en su marcha.
La renuncia de Moro pone patas arriba el tablero político justo cuando Brasil ya afronta la emergencia sanitaria y económica de la pandemia del coronavirus. Y agrava la debilidad de un presidente capaz de indignar en la misma semana a los gobernadores y gestores sanitarios con el cese del ministro de Salud e irritar a sus ministros militares dando alas al golpismo. En sus 16 meses en el poder, el crimen ha caído, pero la economía nunca ha llegado a alzar el vuelo con fuerza y la estocada del coronavirus es ya devastadora sobre la actividad, especialmente para los más pobres. Los contagios rondan los 53.000 y los muertos ascienden a 3.670. Las peticiones de impeachment se multiplican, pero es un escenario remoto por ahora. Una de las claves es ver cómo evoluciona el apoyo al capitán Bolsonaro de los generales, retirados casi todos, que integran el Gabinete de Ministros.
El mandatario sabe de divorcios. Michelle es su tercera esposa y al echar al titular de Salud lo definió como “un divorcio consensuado”. Entre sus flancos débiles destaca el clan familiar que encabeza. Las investigaciones policiales y de la Fiscalía apuntan a que su hijo Flavio, el senador, malversó dinero público y, según la prensa local, existen sospechas de que Carlos, diputado estatal de Río de Janeiro, participaba de una maquinaria para aventar noticias falsas. Ahí está supuestamente el origen de la insistencia del presidente por relevar al jefe de la Policía. El favorito para sucederle en el puesto es el jefe del servicio secreto.
Movimiento rápido
La salida de Moro, que se materializó en horas en un país donde las crisis políticas se cuecen durante semanas o meses, abre un boquete en la línea de flotación del Gobierno. Por eso Bolsonaro compareció rodeado de sus ministros, incluido el de Economía, Paulo Guedes, el otro fichaje estrella con el que logró el apoyo de votantes que consideraban al antiguo militar un impresentable. El ministro llamaba la atención entre los trajes oscuros y las corbatas porque llevaba mascarilla —recordatorio de una pandemia que se acelera— e iba en mangas de camisa. Y, como percibieron los internautas, aparentemente descalzo.
El antiguo juez y el fundador de un banco de inversión formado en la escuela de Chicago fueron fichados con la misión de cumplir las principales promesas de Bolsonaro: acabar con los corruptos, dar seguridad a los brasileños de bien y privatizar todo lo que hiciera falta para que la economía creciera como en los viejos tiempos.
Al aceptar la invitación del ultraderechista Bolsonaro para ser ministro de Justicia y Seguridad Pública, el juez rompía su promesa de no entrar en política. Abandonaba una carrera en la judicatura que le convirtió en el cruzado anticorrupción —héroe de una parte de los brasileños, por meter en la cárcel al exmandatario Lula da Silva; y villano para otra, por la misma razón— y renunciaba a la fabulosa jubilación que conlleva. El divorcio político promete nuevos capítulos en breve.